martes, 7 de septiembre de 2010

Al hijo con cariño

Si algo me conmueve de vos, es tu candidez.

Por eso te quiero tanto.

Me divierte cuando te hacés el grande. Me llena de ternura. Soy grande, papá, soy grande. Ja. Ahí es cuando me agacho y te acaricio la cabeza. Y me conmuevo al verte taaan chiquito al lado mío.

Toda la vida te voy a ver así. Aunque crezcas. Aunque cumplas cien años. O mil.

Es que conservás tu esencia de bebé, de niño. Siempre tan llorón. Inmanejables lágrimas. Hasta que papá te canta una canción, te enseña una canción. Y ahí te quedás en silencio, al fin.

Y sé que no soy el padre ideal. Que a veces desaparezco. Pero no podés quejarte: cada vez que voy a casa te armo una fiesta inolvidable. Y hay globos, canciones, un festival de colores y sentimientos que se reproducen, un mar de abrazos de amor azulgranado, donde arremete el eco de la gloria eterna, de la tradición incorruptible.

Y por enésima vez te leo el mismo cuento, el que te sabés de memoria, de principio a fin, con un final que vos y yo conocemos pero que disfrutamos siempre, yo más que vos, porque soy el único que conoce el secreto del héroe imbatible, azul y rojo, alado, hermoso, el héroe que triunfó, cayó, se levantó, lo hirieron, lo creyeron muerto y revivió para ser más grande, inmenso, invicto caballero del optimismo y la fidelidad. Tu héroe.

Por eso me conmueve tu candidez.

Aunque sabés cómo termina, siempre te quedás a escucharlo. Mudo. Absorto. Admirándome. Hasta que entendés que el final va a ser el mismo y, un ratito antes, apenas un ratito antes, ahí te vas.

En silencio. En paz. Sabiendo que papá va a estar ahí toda la vida.

Eduardo Bejuk.

No hay comentarios: